Época: América borbónica
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1810

Antecedente:
Otras colonias europeas



Comentario

Holanda había perdido ya su protagonismo en América, suplantada por los ingleses, que se apoderaron de sus colonias en Norteamérica. La Nueva Holanda antártica fue recobrada por los portugueses y la Compañía de las Indias Occidentales propugnó, desde entonces, una política de sostenimiento de pequeñas claves de comercio y contrabando, en vez de la posesión de grandes colonias, que resultaban muy costosas de defender. Fue una buena política, dicho sea de paso, porque le permitió obtener excelentes ingresos, dominando cómodamente una parte del comercio indiano, sin necesidad de sufragar la construcción de fuertes y el mantenimiento de tropas. El complejo colonial americano de Holanda se limitó a San Eustaquio, las llamadas islas Inútiles y a la Guayana.
Las Islas Inútiles, llamadas así por los españoles que fueron incapaces de sacarles un buen rendimiento, se transformaron en manos de los holandeses en verdaderos emporios comerciales. A Curaçao, Aruba y Bonaire llegaron en busca de sal, como vimos anteriormente, pero pronto comprendieron que eran mucho más rentables transformadas en tiendas abiertas frente al escaparate productivo que las rodeaba. Las surtieron de toda clase de géneros e incluso esclavos, y pronto llegaron a ellas balandras de la cercana costa venezolana con cacao, azúcar, algodón, frutas, legumbres, etc. que intercambiaban por manufacturas. En Curaçao, donde no había cultivos a causa de la aridez del suelo y la falta de agua, se conseguían ajos, cebollas, cazabe, cítricos, etc. aparte de holandas, bretañas, paños ingleses, etc. Los holandeses practicaron luego un contrabando agresivo, llevando sus balandras cargadas de productos hasta la costa atlántica colombiana, las grandes Antillas españolas, Centroamérica y la costa atlántica mexicana. Los corsarios españoles de Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo, etc. trataron de obstaculizar este contrabando, especialmente después de 1718, lo que motivó muchas reclamaciones por parte de los gobernadores de Curaçao y hasta de los mismos Estados Generales. El Gobernador de Curaçao Jan Noach Du Fay llegó a considerar que las acciones de los corsarios españoles eran propias de piratas y perturbadores del bien común y se puso de acuerdo con su colega, el Gobernador de Jamaica, para organizar una flotilla que limpiara el Caribe de ellos. Los Estados Generales tomaron cartas en el asunto protestando en 1725 y, finalmente, ingleses y holandeses convocaron un Congreso en Soissons (1728) para estudiar el problema. Presentaron sus quejas e hicieron su solicitud al monarca español para que pusiera fin a dicho corso, pero no pudo llegarse a ningún acuerdo ya que no estaban dispuestos a renunciar a comerciar en la América española, única fórmula que Felipe V estaba dispuesto a aceptar. Tras el Congreso, los holandeses e ingleses reanudaron el contrabando con mayores bríos, y los españoles su corso, que motivó ya duros enfrentamientos por la presencia de los guardacostas de la Compañía Guipuzcoana (creada en 1728), a la que la Corona le había encargado el comercio de Venezuela y la represión del contrabando. En uno de los meses de 1733, estos guardacostas apresaron nueve barcos holandeses y luego, entre febrero y mayo de 1734, cinco balandras holandesas, lo que da idea del contrabando existente. La Guerra de la Oreja tampoco resolvió nada y los holandeses pudieron seguir contrabandeando desde Curaçao sin mayores problemas hasta fines de la dominación española en América. Sus islas fueron invadidas por los ingleses durante las guerras napoleónicas, siendo después restituidas.

San Eustaquio no formaba parte de este complejo, pues era una isla situada en el Caribe Oriental. Fue gran plataforma para el negocio negrero durante todo el siglo XVIII, además de un importante centro de contrabando (era puerto libre) con Centroamérica y un apreciable centro azucarero.

La colonia holandesa de la Guayana prosperó gracias al contrabando y al cultivo de algunos productos tropicales. La colonia pertenecía a una Compañía Privilegiada, que autorizaba el intercambio con toda clase de buques y naciones. Su principal negocio era comerciar con Curaçao y con la Guayana venezolana. La llegada de colonos holandeses procedentes de Brasil mejoró los cultivos de azúcar, cacao, café y algodón. En 1770, había unas seiscientas plantaciones y gran número de esclavos, lo que permitió exportar productos coloniales a Holanda. Casi un centenar de buques de la metrópoli recalaban por entonces en sus puertos en su ruta a Curaçao. En la década de los setenta, la colonia tenía ya unos 80.000 habitantes, de los que unos 5.000 eran blancos. El resto era población de color, fundamentalmente esclava. Su capital Paramaribo era un próspero centro comercial, con casi dos mil blancos. Surgieron entonces levantamientos de cimarrones, para dominar a los cuales fue preciso pedir ayuda a los Estados Generales. La campaña contra los esclavos alzados duró cinco años y terminó cuando se logró expulsarles a la Guyana francesa. La Guayana revirtió a los Estados Generales en 1791. Cinco años después fue invadida por los ingleses, que restituyeron el dominio en la paz de Amiens. Nuevamente invadida por los británicos en 1803, quedó luego cercenada, pues los ingleses sólo cedieron Surinam a los holandeses, quedándose con el resto para formar la Guayana británica.